Narra la investigación de la muerte de un hombre supuestamente
retrasado y sordo que trabaja en la tintorería donde el comisario Brunetti y su
esposa Paola llevan su ropa, siendo ésta
última, provocada por un sentimiento de culpa con el difunto, quien
insta y casi obliga a su esposo a iniciar las pesquisas apropiadas.
No me he podido resistir a leer esta entrega, salida del
horno en mayo de 2013, primero, porque tengo debilidad por el comisario
Brunetti, y segundo, porque estamos en Julio, y Venecia me parece un entorno idóneo en estas fechas. Ya sabéis de mi devoción
por esta autora, la llaman la dama de la novela negra, sobrenombre que parece acertadísimo, ya que pocos como ella
tienen el elegante talento de escribir auténtica
novela negra, saber imprimirles ese aire de personajes oscuros, marcados por sus
vivencias personales.
Admiro el uso del
lenguaje, genial sin duda, además de
emplear vocablos en italiano, que le imprime la fuerza de este idioma a toda la
novela, hay fragmentos espectacularmente brillantes, como éste:
“Brunetti sonrió, enamorado de su idioma. De niño las había visto:
mujeres de negro cubiertas por un velo que se inclinaban como si quisieran
besar el banco .Baciare il banco. Únicamente
el dialecto de la anticlerical Venecia podía transformar el concepto, la acción
y la idea con un desprecio tan acerbo. Basabanchi.”
Eso como muestra, además de leer cómo comen tramezzinos y beben Prosecco, un vino espumoso hecho con una
uva cultivada en el área de Venecia, que, por más señas, es el sustituto barato
del champán y principal componente del cóctel Bellini (¡gracias, Wikipedia!).
Como anécdota curiosa.
Otra de las influencias de mi padre y sus recopilatorios de
música italiana…Os sugiero leer esta novela con sonidos de Mina, como la suave “Non
credere”. Friki total.
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